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lunes, 7 de junio de 2010

Camarón que se duerme...

Existe la creencia popular de que los mariscos son afrodisíacos, unos más otros menos, sin embargo científicamente no hay nada que indique que esto sea cierto. Por mi parte tengo otra creencia: los propietarios de restaurantes de mariscos tienen mal temperamento... mi afirmación tampoco tiene fundamentos científicos, me baso únicamente en la curiosa evidencia que he contemplado a través de los años.

Como amante de los mariscos he recorrido marisquerías en todos lados, desde malas y regulares hasta buenas y por supuesto las excelentes. Con frecuencia ha sucedido que cuando me aficiono a una marisquería, un buen día me encuentro con que hay “nueva administración” o cambió de nombre o se dividió en partes donde cada una reclama ser “la auténtica...”. Esta propensión en el rubro marisquero ha logrado llamar mi atención y sospecho del temperamento de los socios o dueños (aunque aseguro nunca haberlos visto discutir) porque cuando se compone algo que no está descompuesto no encuentro otra explicación.

Estos cambios súbitos a veces han sido para bien, pero la gran mayoría derivaron en fracasos. Tenemos los ejemplos de “Villa Rica” que pasó de nueva administración en nueva administración hasta convertirse en un sucio tugurio que por fin quebró, o el de una deliciosa “Bamba Jarocha” que misteriosamente ahora es una sabrosona “Palapa del Mayor”... y ahora me atrevo a señalar el caso alarmante de un restaurante emblemático de Cancún. A continuación lo expongo.

“La Chiquita del Caribe” sobrevivió un dramático cambio de nombre a mediados de los ’90. Uno sólo puede especular sobre las razones por la desafortunada y breve aparición de “La auténtica Chiquita del Caribe” en el mismo mercado, unos metros más adelante, sobre la Av. Xel Ha. El local original, ya cómo “El Cejas (la auténtica Chiquita del Caribe)”, logró mantener y aumentar su clientela en los años que siguieron gracias al sabor, la calidad y la variedad, sin embargo en años recientes cada vez más asiduos me han confesado su desencanto por el lugar.

Lo entendí todo en mi última visita. Aunque sigue llamándose como antes, el modesto mobiliario de plástico anterior cambió por unas horrendas e incómodas sillas y mesas de madera (de haber estado bien trabajada otra cosa sería). Los dueños no se encontraban a la vista como era costumbre y muchos meseros que tenían años atendiendo con amabilidad, ya no estaban. Para colmo el caldo de camarón, que solía ser uno de mis platillos favoritos, estaba insípido y algunos camarones sabían francamente mal.

Quizás no era su mejor día y muy probablemente estén llevando a cabo cambios evidentemente profundos, lo cierto es que tienen que enterarse de que no van por buen camino. Tal vez después le de una nueva oportunidad a este lugar que no esta lejos de perder la corona como el de mayor tradición en Cancún. ¡Que pena!

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